No es que me parezca que esto está mal, sino que como toda actividad de promoción debe obedecer a un proceso coherente de planificación estratégica. Hagámonos algunas preguntas, sólo por iniciar: ¿obedecen nuestros programas de entrenamiento y capacitación a un plan estructurado que establezca fechas, asistentes, temas y demás? ¿Hemos hecho los estudios conducentes a medir el impacto de estos programas en las ventas? ¿Hemos estudiado el mercado para saber cómo ha respondido a la educación?
Pero hay otros riesgos que se corren dentro de la ola educativa desorganizada. Sólo para citar uno y no extendernos más allá de lo debido, vale la pena mencionar el deterioro de la información entregada a los estudiantes. Pueden decirme que este tema es técnico y que no hace parte de una estructura de educación formal, pero aún así deben impartirse seminarios o cursos avalados por organizaciones de renombre, a modo de estandarizar un mercado, pues si cada uno imparte su saber es posible que también terminemos masificando la duda y el error.
Quizás por esto considero de gran valor las iniciativas de empresas como ALAS, CASEL, AVES y ASIS, entre otras, que se preocupan por desarrollar programas de la mano de los expertos, creando verdaderas secuencias educativas. Cada vez me convenzo más de la importancia de desarrollar tales programas en alianza con estas entidades, pues es una de las pocas vías para garantizar un entrenamiento homogéneo y sin diversas interpretaciones.
En serio. Se le debe prestar atención a eso de empezar a medir los cursos y programas de formación que implementamos, pues en el fondo son esfuerzos e inversiones que nuestras empresas realizan, y no sé hasta dónde es bueno mantenerlas, si en el mediano plazo no ofrecen una rentabilidad identificable. De nuevo, la idea no es frenar estas prácticas, sino empezar a racionalizar por qué las hacemos.
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